“La diferencia esencial entre la emoción y la razón es que la emoción te lleva a la acción y la razón a las conclusiones” - Donald Calne
¿Es verdaderamente posible controlar nuestras emociones?, ¿el poder controlarlas significa necesariamente que viviremos más plenamente y en armonía? Estas preguntas han estado siempre bajo la órbita de los pensadores y aún hoy despiertan controversia.
Desde la época de los antiguos griegos, los humanos tenemos la tendencia a separar la razón de las pasiones, el pensamiento del sentimiento, lo cognitivo de la emoción. Platón decía que las pasiones, los deseos y los miedos hacen imposible que nosotros podamos pensar.
Incluso nuestros sistemas legales tratan diferente a los crímenes pasionales, a los premeditados. La emoción es, probablemente entonces, el fenómeno humano más personal y a veces idiosincrático.
Aún hoy, los científicos no se ponen de acuerdo en una definición acabada sobre las emociones. Podríamos describirlas como un estado del cuerpo que surgen a partir de recompensas y castigos.
Las recompensas, sin dudas, tienen una connotación positiva y representan todas esas cosas que las personas intentan obtener cada vez más y se esfuerzan por ellas. En cambio, los castigos representan algo que vale la pena evitar. Lo más importante de las emociones es que todas llevan a una acción, dirigen nuestro comportamiento.
Un poco de historia sobre las emociones
La vida en la tierra comenzó hace unos 3,5 mil millones de años, pero las primeras criaturas pluricelulares recién aparecieron hace 650 millones de años. A medida que los animales evolucionaron, también lo hicieron sus células y tejidos neuronales.
El Dr. Estanislao Bachrach nos indica, de manera simplificada, que tenemos tres cerebros conviviendo dentro de nosotros: podemos decir que antes de ser primates fuimos simples mamíferos, y antes que eso, reptiles. Guardamos un cerebro lagartija-ardilla-mono en la cabeza, que describe nuestra organización jerárquica de las estructuras cerebrales.
Es como pensar en la construcción de una casa: los cimientos van primero (reptil), luego las paredes (ardilla) y luego el techo (mono), pero todas estas estructuras son parte de una misma construcción.
La parte más antigua, que tiene 500 millones de años, regula principalmente todo lo que tiene que ver con nuestros controles centrales: respiración, sueño, despertar, ritmo cardíaco, etcétera. La ardilla o cerebro límbico tiene unos 200 millones de años y se responsabiliza de todo lo que tiene que ver con nuestra superveniencia animal. Aquí se encuentra una parte central de nuestras emociones: la amígdala, que nos permite sentir enojo, miedo y placer.
Estos dos cerebros son los más antiguos y regulan nuestro comportamiento como personas. Por encima de estos dos, como si fuera una catedral, está el cerebro más humano, el córtex, que recién apareció hace 100 mil años.
Durante muchos años creímos ser “animales racionales (córtex) con sentimientos (amígdala)”. Hoy, los científicos acuerdan que el interruptor central del cerebro es nuestra parte emocional. Somos seres emocionales que aprendimos a pensar, y no máquinas pensantes que sentimos.
Esto tiene lógica si pensamos que el sistema límbico lleva más de 200 millones de años sobre la tierra y el córtex apenas 100 mil años. La emoción tiene más dominio sobre la razón. Por esto, muchas de las decisiones que tomamos en la vida son no conscientes; muchas veces nuestro cerebro racional justifica decisiones que ya habíamos tomado antes de ser conscientes de ellas.
Estrategias: ¿Podemos controlar nuestras emociones?
Desde un punto de vista de la neuropsicología, más nos vale integrarlas a nuestra vida y reconocerlas, antes que intentar controlarlas.
Un error clásico que muchos cometemos consiste en pensar que el intento de no sentir algo es mejor para tranquilizarnos cuando estamos bajo presión ¿Qué sucede cuando las emociones ya nos invadieron? Hay dos opciones:
- Expresar tus emociones: si estás triste, llorar como hacen los chicos; obviamente esto no podrás hacerlo en todos los contextos sociales.
- Cambio cognitivo: aunque ya estés en medio de una mala situación emocional, todavía puedes repensarla de manera distinta.
El profesor Matthew Lieberman detectó mediante resonancia magnética que los participantes bajaban mucho la actividad en la amígdala al etiquetar la emoción para describirla. Estaban menos sobrecargados emocionalmente. Al hacerlo, se activa una región del cerebro responsable de inhibir o frenar pensamientos. Básicamente, te maquinas menos, entonces te sobrecargas menos.
Esto demuestra que la gente se equivoca al predecir que hablar de sus emociones va a empeorar la situación. Describir la emoción en una o dos palabras ayuda a reducirla.
Otra opción posible para producir un cambio cognitivo es reformular una emoción. Podemos normalizar una emoción, describiendo de manera consciente las diferentes emociones que vamos a atravesar durante algún cambio en nuestra vida, para así reducir su amenaza. Así, entrar a un trabajo nuevo nos puede generar primero miedo, luego incertidumbre, después nostalgia, etcétera.
También podemos reordenar la información: cambiar el posicionamiento de jerarquías establecidos en nuestra mente. Si para ti el trabajo es lo más alto en esta jerarquía y de pronto tienes un hijo, es probable que ahora tu hijo pase a ocupar ese primer lugar. De esa manera, las emociones negativas de tu trabajo pasan a sobrecargarte menos.
Otra opción posible es la de re-posicionarse, Esto implica ponerse en el lugar de otros para volver a mirar desde otra perspectiva lo que sucede. En general tenemos ideas fijas sobre lo que pasa y nos pasa, por lo que esto supone romper con esas fijaciones sobre distintas situaciones.
Todas estas técnicas son muy poderosas para lograr gestionar lo que sentimos y así evitar la sobrecarga de nuestro sistema límbico. Muchos estudios muestra que quienes utilizan estas técnicas viven una vida de mayor bienestar.
Referencia
"Ágilmente. Aprende como funciona tu cerebro para potenciar tu creatividad y vivir mejor", de Estanislao Bachrach. Ed. Sudamericana.